miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sueños de naftalina...

Era un desierto de arena fina y el viento generaba crestas en las dunas. Las nubes enmarcaban un azul intenso. Había un equilibrio de forma y color. Las texturas eran claras. Había pureza y calma. Era poético. No hacia calor, no hacia frío. Apacible y cruel, todo estaba presente, visible solo para el que sabe mirar. La vida y el tiempo. El futuro y el pasado. El vacío del presente. El silencio de la muerte. La eternidad del olvido. Todo. Era hermoso.

Al desaparecer la luz, las formas se perdieron, los colores se igualaron. Todo quedo presa de una oscuridad perfecta, que desdibujaba los contornos. De la arena, salio un cubo. Suspendido por uno de su vértices, giraba mientras se elevaba, y al hacerlo irradiaba luz. Una luz dorada, devolvió los matices a las dunas y a las nubes. Era una luz distinta, y por tanto, todo tenía un matiz diferente. Era una luz puntual. Fija. Una luz que perdía intensidad con la distancia. El horizonte seguía sumido en las tinieblas. Con cada giro, ganaba en intensidad, creando una mayor diferencia entre el plano iluminado y el de las sombras. Era la luz del conocimiento. La imagen tenia un aspecto casi mortecino. Apocalíptico.

El cubo seguía girando suspendido, en un plano intermedio.  Las nubes no lo tocaban, tampoco la arena. Las dunas quedaban muy abajo. El cubo seguía girando. Girando, ajeno a cualquier intento de alcanzarlo, y en su propio giro había un carácter atemporal. Continuo e ilimitado. Un giro infinito. Perfecto.

De las dunas surgió un escalera que se erguía hacia el cubo. Una escalera de mano de madera. La arena resbalaba por ella, mientras emergía de la nada. La nada la sujetaba. Salia recta, en dirección al cubo, pero antes de llegar a tocarlo, se paró. Su base, quedó apoyada sobre la misma arena de la que había brotado, y así permaneció, haciendo un guiño al cubo, mostrando su dependencia, en un estado de equilibrio imposible.  Despejando cualquier duda sobre la jerarquia, en aquel despótico desierto. El cubo le devolvió el gesto, rezumando mas que nunca un aura dorada.

Otra vez la escena se congelo en el tiempo. Segundos o siglos, el cubo se revolvió a expensas de la escalera, con el desierto y las nubes por  testigo, hasta que de la arena, volvió a surgir vida. Bajo la luz dorada, flores brotaron, nutriéndose de la luz y del conocimiento. Eran blancas, y estaba imbuidas por ese aura que las bañaba de misticismo. Brillaban con reflejos de nácar. Nácar en pétalos y en hojas. Nácar en esencia.

La escena se enriquecía con matices que potenciaban a los ya presentes. Los contrastes se exageraban. La arena de las dunas se hacia mas fina mientras las nubes, casi solidas, se retorcían sobre si mismas dando al cielo una imagen imponente. Barroca. La luz, aun dorada al resbalar por las nubes, se teñía de malva y neón cuando conseguía atravesarlas, para acabar muriendo en sus entrañas. De esa luz, y de esos colores surgió un pegaso. Galopaba majestuoso haciendo surcos en las nubes, como si de algodones se tratase, mientras agitaba sus enormes alas blancas. Con elegancia descendió al plano donde el cubo giraba, y empezó a rodearlo, en sentido contrario, en un armonía casi perfecta. Con cada vuelta se generaba tensión. Desprendían carga. Como si de un electrón se tratase, el pegaso volaba en su orbital, pero  no tardo en llegar el desequilibrio. A las pocas vueltas, la inercia del cubo acabo por consumir a la del pegaso. Su radio de giro fue disminuyendo mientras perdía velocidad y altura. Se caía. Moría. Lo estaba matando.

Antes de llegar al suelo, el pegaso se convirtió en cenizas. Consumido por la luz. Demasiado hermoso para ser cierto. Víctima de su propia hermosura. Su majestuosidad y su grandeza rivalizaban con el cubo, y en ese desierto solo había y dejaba de haber un cubo. Un cubo y todo lo que de el salia. Había intentado tratar de tu a la luz, y la luz lo había anulado. De las cenizas del pegaso surgió un caballo. Un caballo marrón, con cara de misericordia. Conocedor de que su suerte y su ventura dependía solo de la compasión de un cubo, el caballo hizo por no desentonar en la escena. Se limito a pastar bajo la luz del cubo, que aun lloraba la muerte del pegaso. En su intento de encajar, se hizo mas patente su mediocridad. Estaba en disonancia con todo cuando le rodeaba. Eran lenguajes distintos. Un "collage" de realidad sobre un fondo idílico. Era la versión pobre y realista de un sueño. Un sueño del que solo quedaban ya cenizas. un sueño demasiado hermoso para habitar un desierto tan egoísta. El caballo era la respuesta de la realidad ante la exigencia de un mundo sometido a el Saber.

El cielo se enfureció. Había perdido a uno de los suyos. Las nubes se arrojaron sobre el desierto, dando paso a una tormenta de arena. Una guerra entre cielo y tierra. Entre nubes y dunas. El viento daba alas a las dunas y el  las nubes arremetían con fuerza contra la tierra. Un caos seco, donde todo estaba sujeto a polvo. Las flores se cubrieron de arena, recordando que la naturaleza de lo hermoso también puede ser objeto de miseria. Los esfuerzos del caballo por cerrar los ojos eran en balde. Había polvo en ojos. Polvo en ollares. Polvo en la boca. Las escaleras aun erguidas se veían inmersas en la tormenta viendo como la arena repicaba contra ella. Desde arriba, imperturbable, el cubo arrojaba luz sobre la polvareda. Seguía brillando. El polvo no llegaba a el. A fin de cuentas, eso era el cubo. Un lugar libre de la contaminación terrenal.

Con el tiempo, no se si mucho o poco, todo volvió a su curso. La tormenta ceso. Las nubes volvieron a rizarse en busca de la forma perfecta. Las dunas se asentaron y dejaron que el aire las moldease a su antojo. Las flores volvieron a brillar, y el caballo pudo por fin abrir los ojos. Desde la altura, el cubo ilumino la paz entre cielo y tierra, de nuevo en equilibrio. En perfecta sintonía. Todo estaba en orden. Todo, salvo que yo había matado a mi pegaso.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Tren...

Deja de escribir.
Para. Déjalo.
No escribas.
Tan solo siente.
Percibe,
disfruta.
Ya habrá tiempo.
Tiempo para la nostalgia,
para el regodeo.
Ahora siente el compás,
el traqueteo.
Estás vivo.

Saborealo.
Hazlo tuyo.

Cartagena 18-09-2011

Le Petit Prince

Sin duda
te odio.
Has sacado de mi,
lo mejor y lo peor.
Todo para ti.
Todo a tu favor.

Dices
que he descolocado tu mundo.

Tu me has jodido el día.

Ginebra 12-7-2011

Murashki...

Y aún todavía,
vuelves a mi,
entre costuras.

Guiños
de lo que un día fuí.
Por ti.
Contigo.

Mi mejor yo,
el tuyo.