martes, 27 de marzo de 2018

Thalassa...

El influjo de los maestros, llega hasta donde llega. Después te quedas solo y te toca seguir bailando sin música.

Ya no hay claros de luna, al menos no desde donde escribo, y la "obscuridad" se ha vuelto tan anodina en mi día a día, que parece absurdo siquiera el mencionarla. En cuanto a los leopardos... En fin. Eso ya es otra cosa. Nunca lo terminé de entender. Más allá de lo rimbombante que pueda sonar, y lo mucho que me guste el animal, se me escapan las metáforas, los simbolismos o sabe dios que leches sería eso.

Profundizando un poco más en los leopardos, pero ya sin intención de comprenderlos, mis ánimos de caza poco se asemejan a los del majestuoso felino. Yo no cazo de noche. Por la noche, en el mejor de los casos, recojo lo que se me ha ofrecido durante el día. Si no ha habido suerte, generalmente me lamo las heridas como estoy haciendo ahora mismo, encomendándome a algún dios pagano y a poder ser, al son de una copa de algo que sea más fuerte que yo.

Es complicado esto de entregarse a una hoja en blanco cada noche. Especialmente cuando no tienes nada que contar, y tu imaginación no da para recrear mundos mágicos donde personajes fantásticos tienen que hacer gala de habilidad, ingenio y carácter, para hacer frente a grandes retos que una vez superados les elevan a un plano de revelaciones personales a modo de moraleja. No. Mi puta realidad es tan sencilla y a la vez tan absurda, como solo la realidad puede ser. Me sobra y me vasta con esta pequeña aventura diaria que es sobrevivir a las expectativas ajenas, a los principios propios y de paso, intentar no cabrear a la gente a la que estimo.

Allá quedaron los trabajos de Hércules. A mi aún, me faltan once...

lunes, 26 de marzo de 2018

El arte de virar o como aprender de la ostia...

A veces caerse es avanzar. Especialmente cuando corres en dirección contraria. Los hay que saben parar y dar media vuelta. Hay quien incluso sabe girar corriendo. Yo necesito caer, para darme cuenta de a donde coño estoy yendo...

Túnez...

Facilidad y entrega.
No.
Resignación contemplativa.
Budismo con un punto de añoranza.
Absurdo,
como todo lo que me rodea.

Mejor no pensar.
Pero si no pienso,
no actúo,
no espero,
no vivo,
no muero...

El frío me persigue. Incluso en Túnez. Incluso en el maldito desierto. Día y noche. Se mete en los huesos y rezuma por cada poro. Pero creo que estoy en calma. No sé donde estoy, pero creo que estoy bien. Esto debe de ser estar bien. Tampoco sabría distinguirlo. Llevo demasiados años deprimido como para medir.

Estoy aprendiendo a no esperar. No sé si es el principio o el final, pero a veces, entre el frío, siento paz.

Quiero pensar que no es abandono, sino aceptación. Fijar un nuevo firme. El anterior se quedó muy abajo. Muy antiguo. Obsoleto.

Quizás es lo que toca. Lo que llevaba necesitando todos estos años. Un nuevo fondo donde empezar. Sin atajos. Sin distracciones. Sin escusas. Tengo que soñar en el mañana. Un mañana que me ilusione.

Ilusión.
Ilusión, ilusión, ilusión...
No me canso de buscarte.
Te encontraré y te haré mía.
Por lejos que estés.
Por barata que seas,
te haré digna.
Digna de querer,
aunque para ello tenga que mancharme.
Imbuirme de vulgaridad.
Bajar al barro y abrazarlo.

Quizás sea momento de madurar. De asumir
que no hay sitio para el romanticismo.
Que las ruinas
no dan calor,
ni te abrazan por la noche.

Quizás sea el momento de entender
que la trascendencia,
la puta trascendencia,
pueda ser un hijo
en lugar de una carta de despedida...