Facilidad y entrega.
No.
Resignación contemplativa.
Budismo con un punto de añoranza.
Absurdo,
como todo lo que me rodea.
Mejor no pensar.
Pero si no pienso,
no actúo,
no espero,
no vivo,
no muero...
El frío me persigue. Incluso en Túnez. Incluso en el maldito desierto. Día y noche. Se mete en los huesos y rezuma por cada poro. Pero creo que estoy en calma. No sé donde estoy, pero creo que estoy bien. Esto debe de ser estar bien. Tampoco sabría distinguirlo. Llevo demasiados años deprimido como para medir.
Estoy aprendiendo a no esperar. No sé si es el principio o el final, pero a veces, entre el frío, siento paz.
Quiero pensar que no es abandono, sino aceptación. Fijar un nuevo firme. El anterior se quedó muy abajo. Muy antiguo. Obsoleto.
Quizás es lo que toca. Lo que llevaba necesitando todos estos años. Un nuevo fondo donde empezar. Sin atajos. Sin distracciones. Sin escusas. Tengo que soñar en el mañana. Un mañana que me ilusione.
Ilusión.
Ilusión, ilusión, ilusión...
No me canso de buscarte.
Te encontraré y te haré mía.
Por lejos que estés.
Por barata que seas,
te haré digna.
Digna de querer,
aunque para ello tenga que mancharme.
Imbuirme de vulgaridad.
Bajar al barro y abrazarlo.
Quizás sea momento de madurar. De asumir
que no hay sitio para el romanticismo.
Que las ruinas
no dan calor,
ni te abrazan por la noche.
Quizás sea el momento de entender
que la trascendencia,
la puta trascendencia,
pueda ser un hijo
en lugar de una carta de despedida...
lunes, 26 de marzo de 2018
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