domingo, 30 de agosto de 2015

Noches de soma...

Calor y césped mojado.
Huele a verano pero sabe a olvido.
El sake no marida con la música 
ni con los pensamientos. 
Nada lo hace. 
Entropía de recuerdos y sensaciones. 
Todos dispares, 
todas absurdas. 

Si. Así huele el verano
cuando se escapa.
Cuando te abandona, en la cuneta
con un corte de mangas
y un hatillo lleno de batallas malogradas.
Un sinfín de amaneceres
me envenenan.

Inconsciencia 
infecta y podrida. 
Maldita moral laxa.
Maldita conciencia pétrea. 
Distintas caras 
de un mismo fantasma errante.

Corazón de madera,
como los búfalos. 
Como Otelo. 
Como la madre que parió al escepticismo
y al pensamiento esquivo.

lunes, 24 de agosto de 2015

Palmira en llamas...

Haz un silencio antes de hablar. La situación lo requiere. No hacen falta violines, solo la solemnidad de un silencio inverosímil. Bien. Continua.

Hablemos de algo fútil. Hablemos de la vida. Hablemos de que cojones hacemos aquí. Parece ser que todo el mundo sabe a donde va y que hacer. Parece que el admitir que uno no tiene ni puta idea de que hace en este mundo es un pecado. Algo por lo que tus padres te esconden en la alcoba hasta que se marchan los invitados. Y tu sigues viendo caballos blancos galopando hacia una inmensidad que se te antoja bonita. Y te preguntas si acaso eso no es lo que importa. Correr hacia un vació, y dejarlo todo en el desfiladero. Todo por ese momento de libertad e irreflexión.

Pero en este mundo eso no sirve, porque por lo que yo he visto, siempre hay un mañana. Llegará el día en el que no lo haya y todo importará una mierda. Pero hasta entonces, habrá despertares, y esas alegrías e irresponsabilidades atentarán contra tus libertades futuras. ¿Y entonces que cojones hacen esos caballos corriendo en mi cabeza? Una tara más. Otra para la larga lista de sin sentidos que almaceno. Y es que solo un loco intentaría darle sentido a un mundo como este.

Recuerdo siendo pequeño y pensando la altura a la que volaban los adultos. Con un sinfín de decisiones que tomar. Dilucidando entre responsabilidades y quehaceres, Transcendencia sobre transcendencia. Dejando huella en cada latido. Al menos eso pensaba. Sin embargo, ahora que lo veo de cerca, siento el terror de la mediocridad. Ante mi una gran mentira. Mundana y farragosa, y que a la vez no puede ser más real.

Con la suerte siempre guardándome las espaldas, y el pan bajo el brazo, se abre la brecha al inconformismo y a la locura. Demasiado tiempo para pensar. Demasiados caballos y niños muertos, como para poder entenderles. Como para entender a nadie. Entiendo a los caballos y a las moscas, pero no entiendo a mis semejantes. Y en mi batalla por encontrar un hilo de coherencia en esta patata de mundo, acabo enmarañado. Inmovilizado por mis propias ganas de darle un puto sentido a todo.

 Se supone que tengo que decirle adiós a mis caballos y a mis rinocerontes, y asumir la vida de rectitud y mediocridad emocional que ellos tienen. Buscar metas realizables y no pensar, por que cuando pienso vuelven a encerrarme en la alcoba, y solo veo las espaldas de las personas a las que debería de ver las caras. Y me miento, y me lo creo, y juego a ser como ellos, y me muero por dentro, hasta que mis pulmones piden oxigeno y exploto con una bocanada de aire esa gran farsa que intentaba construir. Y hago daño a las personas que quiero y más a mi mismo. Y busco un mundo de marcianitos de colores y unicornios, tan raros como yo. Pero resulta que son gente normal con antenas pegadas a sus cabezas, jugando a ser distintos. Y me vuelvo aún más loco y más distante. Y me escondo en ese mundo de caballos y alcobas, sin ser capaz de olvidar que existe otro mundo ahí abajo, donde la inocencia es considerada una debilidad.

Y así, termino. En tierra de nadie. Como en una maquina de tortura medieval, donde mis pies pertenecen a una realidad pegajosa e indeseable, y mis brazos a unas nubes en las que ya no creo, pero que siguen tirando con la ilusión escéptica y menguante de un mundo mejor. Y entre copa y copa,  no sé que duele más. Si que me estiren hasta que me rompa en dos, o que los dos suelten y me quede flotando en la soledad del limbo.

domingo, 23 de agosto de 2015

19/04/2015

Se secó.
Llegó la primavera
y algo se seco por dentro...

Querido amigo...

Querido amigo, no te conozco, pero si lo hiciese te escribiría así, en estos días en los que el aire es más denso y la luz más oscura. No hay descanso para los borrachos. Solo la inconsciencia que se vive desde que te despiertas hasta que te orientas.

Querido amigo, no sé si puedes leer esto. Puede que nunca aparezcas, o que te reveles en los ojos de alguien inesperado, pero hasta entonces te seguiré escribiendo. Nunca puntual, nunca a tiempo. Siempre tarde y mal. Ya me conoces. Soy más de arrebatos y corazonadas, Por eso me cuesta tanto poner en orden este maldito libro. La inspiración rara vez me cae lejos de la contemplación emocional. Esa inspiración que viene con el alcohol y me vuelve irreverente y jilipollas. Y tú, pese a todo me soportas, y arreglas el mundo conmigo.

Querido amigo, no tienes nombre, pero si cara. Una que irradia calma y sabiduría. Supongo que tendré envidia de como piensas. Tu serás más inteligente y tus decisiones serán mas sensatas. Menos tortuosas. Me mirarás con misericordia cuando me veas arrastrándome en el fango, con los ojos inyectados en sangre. Pero sabrás que ese es mi fango, donde pertenezco, y sé que no me querrías de otra forma. No intentarás cambiarme, ni siquiera por mi bien. Entenderás que sin esas derivas emocionales ya estaría muerto. No me reirás las gracias en el momento, pero te irás a la cama con una sonrisa al recordarlas. Serás sensato en mi insensatez. Un cristal que dé brillo a estas putas mañanas oscuras, y atenúe esas tardes con demasiado luz para mi sosiego.

Querido amigo, aún no te conozco y ya te hecho de menos...



La blanca armadura...

Bueno viene, bueno va. Puro y etéreo, lo bueno se disfruta, y al hacerlo se evapora sin dejar rastro. Como un gas perfecto desaparece con un alegre remolino de color. Como mucho, un recuerdo agradable en la memoria, para torturarte en los días grises.

La mierda sin embargo, es mucho más divertida. Llega y te mira desafiante, y te dice: "Hazme sitio que he venido para quedarme. Voy a aparcar ahí, entre tu orgullo y tus vergüenzas. Justo encima de tu conciencia, para poder mearla cada mañana, así que no te molestes en limpiarla. Es mía. Me pertenece, así que acostúmbrate a esto."

Y es que por mucho que uno quiera ser el caballero de la blanca armadura, la mierda siempre gana. Cuanto más la combates, más te manchas. Más salpica. Al principio son solo unas gotas, unas pequeñas manchas que intentas disimular. Pero cuando te enfrentas  a ellas en una noche de sinceridad empiezan a expandirse, y lo que antes era un blanco perlado se vuelve ocre primero y marrón después. Y al final, resignado, y apaleado asumes el negro como tu color. Asumes que ya no hay inocencia que mantener, ni conciencia que salvar. Asumes que estás podrido, y que cada mancha de mierda es una medalla, en un triste historial de derrotas morales.