viernes, 25 de mayo de 2018

3001 días después...

Prefiero la ruina y el lamento
a no sentirme especial. 
Antes solo que mediocre. 
Antes triste 
que vendido a una integridad altanera, 
donde el calor no calienta 
ni los sentimientos duran.  

Hollywood para Hollywood. 
Miseria para los románticos.
Los de verdad. 
Los que nos hemos engañado tanto 
que nunca más seremos libres. 
Los que hemos perdido el barco
y desde tierra
rezamos por la salvaguarda de los que se alejan.

Ellos no volverán la vista atrás.

Sé lo merecen. Se merecen una vida sin ti, aunque tu fueses mejor a su lado. Seres así no admiten una segunda equivocación. Y a ti te concedieron setecientas. Y demasiados años. Demasiados días. No te la mereces, y por ello fantaseas con el pasado.  Porque el presente no abruma y el futuro disgusta. 

Estoy cansado de no darme tregua.  De pensar en blanco y medir su vacío. De dejar que el peso de lo vivido hunda una esperanza tras otra. Pero luego suena una canción, y el presente no vale y el futuro no existe.  Es el pasado lo que me reconforta, y en el no hay justicia, ni mucho menos esperanza...

Dissolve me: Percepciones y reproches...

Truenecitos y lluvia. 
Arrebatos de tiempos no vividos 
donde todo se soñaba mejor. 
Grandes esperanzas, 
en las que sólo cabían fracasos.

Blue Label...

Conozco esta linea,
es parte de mi canción.
Esa que se repite en los rincones de mi cabeza
a los que solo llega el whiskey.

Y ella sigue allí,
con mi cabeza bajo el brazo,
saludando victoriosa desde el más allá.
Pero no hay victorias.
No hay ganador ni premio.
Solo queda olvidar,
y lo intentas
pero nada cambia el ritmo,
y cuando menos te lo esperas
tienes treinta y tantos
y sigues con el mismo compás.

La misma puta copla
cansina,
que te atrapa desde que eras un niño.
Eso es.
Sueños de un crío
atrapados en una vida excelsa.

Podría ser feliz,
pero resulta más fácil quejarse y beber.
Mierda.
Levántate.
Ella ya lo hizo.
Solo llevas tres años de retraso.
O cuatro.
Ya perdí la cuenta.
Se que suman casi diez en total.
Diez años siendo un miserable.
Hay quien se mete una china en el zapato.
Hay quien se la mete en la cama.
Tú haces las dos.
Sin éxito ninguno.

Pero al margen de las bromas de mal gusto...
¿Que tiene el whiskey que enamora?
¿Un cosmopolitan en el Che Bar de Helsinki?
¿Un Talisker en un bar perdido en Aoyama?
¿Un Doble Black a morro, en una duna en Túnez?
¿O un Glenmorange en el sur de Escocia con mi difunto cuñado?
Al final da igual.
Solo queda el poso.
El aroma de la turba se funde
con los sueños que se van por el retrete.

domingo, 20 de mayo de 2018

Diógenes...

Unas puertas se cierran y otras se abren. 
Pero sólo para los que viven en el presente. 
Yo miro las puertas cerradas, como un perro 
esperando a que su dueño muerto vuelva del trabajo. 

Ellas no están muertas, 
pero no abrirán la puerta. 
No a mi. 
No al perro. 

Y las puertas se abren a mi espalda, 
pero yo no las veo. 
No las miro.
No las quiero. 

Quiero mi puerta. 
La suya.
Adoro esa jodida puerta. 
Prefiero ese portal 
a cualquier cama. 

Mañanas de recelo...

Y me gustaría sentarme a escribir 
y no hablar de la pena. 

Me gustaría decir que no la echo de menos.

Que no me duele el vacío.  
Que no notas su ausencia. 
Me gustaría escribir toda una lista de "nos". 
Que no, que no y que no. 
Qué lo he superado. 
Que cada día es más fácil. 
Que me he quedado con lo positivo. 
Que todo tiene sentido. 

Me gustaría poder mentirla 

y seguir sonriendo. 
Me gustaría poder llegar a creerme 
que no todo va ir a peor. 
Pero luego llega la vida y se ríe de tus ruegos, 
y tú te sientas y escribes esto. 

Aquilonia la vieja...

Hubo un tiempo en el que no había que buscar los versos. Eran tan naturales como el despertar o el soñar. Hubo un tiempo en el que el escribir, lejos de ser una motivación era una realidad que me acompañaba a donde fuera. Pero ha llovido mucho desde entonces.

Hoy, ni el sueño ni la poesía viene fácil. Aquilonia quedó muy atrás. Y solo con la perspectiva que da el tiempo, puedo mirar al pasado y decir que fui un poeta, sin abrumarme ante la magnitud de la palabra.

 Tendemos a no valorar lo que hacemos, y eso se extiende en muchos casos a lo que tenemos. Aún hoy sigo pecando de esa maldición que dio nombre a este blog y me llevó a flirtear con el budismo. La insatisfacción se manifiesta en el momento en el que no se valora lo que te rodea. Y eso, más allá de menospreciar tu esquema de vida, trasciende a las personas. Duhkha. Una maldición que se repite una y otra vez. Una enfermedad que puedo rastrear hasta los principios de mis relaciones.

Rastreando, lo único que me queda claro es que hubo un punto de inflexión en mi vida. El punto en el que abracé el recuerdo de una realidad y la elevé a un plano inalcanzable. El plano de los sueños y las memorias perfectas. Todo dejo de tener valor por si mismo y se volvió objeto de comparación.. Un juego sádico donde se compara la realidad, con el recuerdo de los momentos vividos a su lado. Con el tiempo, ese recuerdo crece y crece hasta convertirse en algo intocable, y lo que sale perdiendo es contra lo que lo comparas. En este caso, la realidad.

Si. Triste desgracia cuando los sueños son más reales que el presente. La realidad pierde fuerza y pegada. A grandes rasgos, la realidad pierde realismo, y un recuerdo se convierte en algo más tangible que una caricia.

Te vuelves un amasijo de durezas e hipersensibilidades que dejas de controlar. Siempre susceptible a que cualquier acontecimiento acabe en un recuerdo que a veces ni siquiera eres capaz de identificar. Y el día menos pensado te encuentras llorando por las calles, sin ninguna razón aparente, abrazado a memorias que se convierten en un credo.

Lo peor es, que aún siendo consciente de todo ello, soy incapaz de despegarme de esa mentira que es el recuerdo. Demasiado fuerte. Demasiado bonita para tumbarla. Sin quererlo has hecho tu casa en sus raíces y te cobijas de la realidad con las ramas que entran por la ventana.

Matilda...

Cada día es un poco más difícil encontrar ilusión en otra persona. El respeto o la admiración necesaria para que la relación prospere se plantea complicado cuando miras atrás. La comparación, es inevitable, y cada día hay más donde comparar. A eso se le añade los achaques de una memoria que tiende a exagerar los momentos vividos. Cualquier tiempo pasado fue mejor. Con ese axioma en la cabeza es complicado ser feliz.

Atesoro demasiado. Caigo en el error de adorar mi pasado y la persona que era. El presente se me antoja mediocre, y el futuro decadente. Pero si mi pasado era bueno, es porque ha habido personas que me han hecho ser mejor. Y aún con todo vivo con la ilusión, poco probable y menos real, de que aparecerá alguien que vuelva a sacudirme el mundo y que me haga volver a soñar. A veces la llamo Matilda, y solo sé como son sus ojos. Lo demás es un misterio que empieza con el lastre de romper las expectativas que se han ido acumulando.