domingo, 20 de mayo de 2018

Aquilonia la vieja...

Hubo un tiempo en el que no había que buscar los versos. Eran tan naturales como el despertar o el soñar. Hubo un tiempo en el que el escribir, lejos de ser una motivación era una realidad que me acompañaba a donde fuera. Pero ha llovido mucho desde entonces.

Hoy, ni el sueño ni la poesía viene fácil. Aquilonia quedó muy atrás. Y solo con la perspectiva que da el tiempo, puedo mirar al pasado y decir que fui un poeta, sin abrumarme ante la magnitud de la palabra.

 Tendemos a no valorar lo que hacemos, y eso se extiende en muchos casos a lo que tenemos. Aún hoy sigo pecando de esa maldición que dio nombre a este blog y me llevó a flirtear con el budismo. La insatisfacción se manifiesta en el momento en el que no se valora lo que te rodea. Y eso, más allá de menospreciar tu esquema de vida, trasciende a las personas. Duhkha. Una maldición que se repite una y otra vez. Una enfermedad que puedo rastrear hasta los principios de mis relaciones.

Rastreando, lo único que me queda claro es que hubo un punto de inflexión en mi vida. El punto en el que abracé el recuerdo de una realidad y la elevé a un plano inalcanzable. El plano de los sueños y las memorias perfectas. Todo dejo de tener valor por si mismo y se volvió objeto de comparación.. Un juego sádico donde se compara la realidad, con el recuerdo de los momentos vividos a su lado. Con el tiempo, ese recuerdo crece y crece hasta convertirse en algo intocable, y lo que sale perdiendo es contra lo que lo comparas. En este caso, la realidad.

Si. Triste desgracia cuando los sueños son más reales que el presente. La realidad pierde fuerza y pegada. A grandes rasgos, la realidad pierde realismo, y un recuerdo se convierte en algo más tangible que una caricia.

Te vuelves un amasijo de durezas e hipersensibilidades que dejas de controlar. Siempre susceptible a que cualquier acontecimiento acabe en un recuerdo que a veces ni siquiera eres capaz de identificar. Y el día menos pensado te encuentras llorando por las calles, sin ninguna razón aparente, abrazado a memorias que se convierten en un credo.

Lo peor es, que aún siendo consciente de todo ello, soy incapaz de despegarme de esa mentira que es el recuerdo. Demasiado fuerte. Demasiado bonita para tumbarla. Sin quererlo has hecho tu casa en sus raíces y te cobijas de la realidad con las ramas que entran por la ventana.

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