El influjo de los maestros, llega hasta donde llega. Después te quedas solo y te toca seguir bailando sin música.
Ya no hay claros de luna, al menos no desde donde escribo, y la "obscuridad" se ha vuelto tan anodina en mi día a día, que parece absurdo siquiera el mencionarla. En cuanto a los leopardos... En fin. Eso ya es otra cosa. Nunca lo terminé de entender. Más allá de lo rimbombante que pueda sonar, y lo mucho que me guste el animal, se me escapan las metáforas, los simbolismos o sabe dios que leches sería eso.
Profundizando un poco más en los leopardos, pero ya sin intención de comprenderlos, mis ánimos de caza poco se asemejan a los del majestuoso felino. Yo no cazo de noche. Por la noche, en el mejor de los casos, recojo lo que se me ha ofrecido durante el día. Si no ha habido suerte, generalmente me lamo las heridas como estoy haciendo ahora mismo, encomendándome a algún dios pagano y a poder ser, al son de una copa de algo que sea más fuerte que yo.
Es complicado esto de entregarse a una hoja en blanco cada noche. Especialmente cuando no tienes nada que contar, y tu imaginación no da para recrear mundos mágicos donde personajes fantásticos tienen que hacer gala de habilidad, ingenio y carácter, para hacer frente a grandes retos que una vez superados les elevan a un plano de revelaciones personales a modo de moraleja. No. Mi puta realidad es tan sencilla y a la vez tan absurda, como solo la realidad puede ser. Me sobra y me vasta con esta pequeña aventura diaria que es sobrevivir a las expectativas ajenas, a los principios propios y de paso, intentar no cabrear a la gente a la que estimo.
Allá quedaron los trabajos de Hércules. A mi aún, me faltan once...
martes, 27 de marzo de 2018
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