Toda va bien, todo fluye. Todo funciona, hasta que deja de hacerlo. Un estado de animo, ajeno a ti, te golpea duro. Te golpea frió. No es nuevo. Es un viejo conocido. De cuando en cuando te visita. Siempre sin previo aviso. Se empeña en recordarte la poca trascendencia de tus días.
Todo cuanto te rodea carece de importancia. Te arrastra del presente para sumergirte en un mundo donde los recuerdos flotan. Paseas a su lado. Casi puedes tocarlos. Parecen mercurio. Desprenden reflejos que dicen demasiado sin apenas decir nada. Son trocitos de tu vida, que por algún motivo se enquistaron en la memoria. Son sentimientos reprimidos. Es alegría y es desconsuelo. Amargura y recuerdos. Son caricias. Son miradas. Son palabras no dichas, o dichas con premura. No sabes porque vuelven, pero ahí están, ante ti, pidiendo que las resuelvas. Que las recuerdes o que las olvides, para siempre. Pero no depende de ti. Ellas seguirán ahí, volviendo a ti, cuando menos te lo esperes, como si con ello te diesen pistas.
Hoy he leído un prólogo de Borges, que decía: "Me ha faltado vida y muerte, y solo cuanto tengo son estas minucias. Supongo que no es excusa, pero aquí están."
Esos recuerdos recurrentes, esas reminiscencias de tiempos mejores, esa agonía incesante, ese pasado oscuro, ese vacío, esa inocencia perdida, esas diapositivas mentales, esas noches de desconsuelo, estas lineas... Todo eso es mi vida. No es mucho, pero aquí está...