Soltando el aliento, puse
la cruceta sobre su pecho, y busque el gatillo. Estaba frío.
Vi como oteaba el
horizonte, ajeno a mi presencia. Era bonito. Elegante. Mientras lo observaba
por la mira me preguntaba a mi mismo a que estaba esperando. Nada bueno podía
salir de esa pausa. Sabía lo que tenía que hacer, pero me resistía. Algo me decía que aquello era actuar
por actuar por actuar. Hacer lo que estaba estipulado. No había ninguna razón para quitarle la vida a aquel pobre bicho. Vacilé y el pareció
percatarse. Clavo su vista en mi, y cualquier duda que todavía pudiese
albergar, se disipó. Levanté el rifle, y lo deje correr.
Se notaba el miedo en él.
Los perros sonaban de fondo. Antes de que desapareciera tras el cerro, se paró y
me miro de nuevo. Parecía no entender la situación. El porqué de mi piedad. Vi
el tiro antes de que su eco resonase en todo el valle. Lo descerrajo. El humo
aún salía del rifle del tirador del puesto de al lado. Suspiré y el frío de la
mañana condenso mi resquemor. Puse el seguro y me senté.
En el camino de vuelta a la casa, pasé por lo que quedaba de él. Hacía menos de una hora corría libre ante
mis ojos, pero nada quedaba de esa fluidez.
Su cuerpo estaba rígido como una piedra. Su mirada elegante estaba partida en dos, como
consecuencia de la salida de la bala. Apenas se podía reconocer un cráneo en
aquel amasijo de carne y huesos. Los sesos en el suelo y el cuerpo retorcido,
víctima de la brutalidad del impacto. Todo para la elegancia.
Me parece enfermiza la
rapidez con la que la vida se va. Como se esfuma dejando atrás todo cuanto se
ha palpado y sentido. Como diría Manrique, tan callando. En una hora su cuerpo
era la máxima expresión de la muerte. No había calor. El rigor morti unido al frió invernal, le habían dejado completamente tieso.
En los ojos salpicados de
sangre de aquel zorro intenté imaginar como serían los míos una hora después de
que la muerte me llevara a mi también. Como mi cuerpo no sería mas que una residuo inútil.
Mis pensamientos saltaron de la caza a las guerras. ¿Como sería
estar rodeado de cuerpos duros como piedras? Piedras que habrías conocido en
vida. No, no logré asimilarlo. Y mi subconsciente me trajo a mi memoria lo más
parecido que había vivido a eso.
Cinco años atrás un yo más
joven observaba el cadáver de un perro. Era una labrador chocolate, o lo había
sido en otro tiempo. Lo que de ella quedaba era un guiño de la perra que un día
había sido.Su piel se había vuelto dura, y sus articulaciones rígidas Su
lengua fuera. Su tripa hinchada. Recuerdo que aquella postura, que tan natural
me parecía siempre que dormía, había perdido todo rastro de normalidad muerta. Recuerdo lo que sentí mientras la enterraba.
El suelo estaba duro. Cada
palada era una lágrima, y con cada palada moría un poco. Me sobrecogió la ira,
la rabia, la impotencia, y todos los sentimientos que por allí pasaban. Tuve
que parar. Tire la pala lejos y me recosté sobre un árbol y lloré en silencio por sus
recuerdos.
La verdad es que aquella
maldita perra tenía una vida llena de historias. Había pasado por todos los
momentos importantes de mi vida, y de algunos incluso había formado parte. Era
una perra extraña.
Recuperada la compostura,
busque la pala y volví al agujero. Después de más de media hora de cavar,
consideré que ya era suficientemente hondo. Me acerqué a ella, y al cogerla de
las patas para levantarla, pensé que la podría hacer daño y solté de inmediato. Al segundo me sentí estúpido. Me enfadé conmigo mismo y con ella. De poco importaba ya su artritis. Le pedí
que me gruñiera. Que se quejara. Que me pusiera esos hocicos tan feos que ponía
cuando la regañaba. Cuando me quise dar cuenta la estaba pegando.
Recuerdo con horror
aquello. La impotencia me turbaba y cada
vez la golpeaba más y más fuerte. Esperaba una queja, un gruñido, un
movimiento, una reacción de cualquier tipo, pero no había respuesta. No había
nada. Solo muerte por su parte y un sin fin de sentimientos por la mía. Había
cariño y resquemor. Pena y remordimientos.
De todas las cosas que no
me gustan en este mundo es la fragilidad de la vida. El rigor de la muerte. La
intrascendencia de todo cuanto nos rodea. No quiero vivir en un mundo así, pero
no conozco otro. Si tengo que vivir en este mundo inhóspito, mejor vivir donde
haya cariño.