domingo, 31 de marzo de 2013

Corazon negro...

Tristeza 
por ver mi corazón negro. 
Por sentir 
que dejo de sentir. 

Veo como se escapa

la bondad, 
como el ocaso.

Quiero que vuelva,
con su alegría y su sol. 

Quiero mentirle. 

Decirle, que aún 
hay esperanza.
Pero las palabras no suenan.

No me quiere escuchar.
Está mejor allá, 
donde la idolotran.
Lejos de mi excepticismo,
de mi recelo.

Corazón negro éste que tengo. 

No es mío.
No.
Este, es prestado.

El mio,
está escondido.
A salvo de mi.

martes, 26 de marzo de 2013

Apnea...


Según mi hermana, de pequeño me daban ataques de ira que hacían que dejase de respirar. Me ponía azul hasta que lograban que arrancase a llorar. Ella siempre cuenta lo mal que lo pasaba. Yo supongo que tampoco lo debería de pasar muy bien. En fin, algo de esa cabezonería y mala leche siguen en mi. Hay días o momentos del día que siento la irreparable necesidad de destrozar.

Hoy es uno de esos días. Esos días de destrozar porque si. Porque a veces quieres acabar con todos y con todo. Ese ansia de romper cuanto se te cruce en el camino  Ese instinto de destrucción del que hablaba Schopenhouer. El hacer que todo vuelva a su estado incial de calma, através de la fuerza. Destrozar todo por que si. Incluso a uno mismo. Especialmente a uno mismo.

Que más da porqué. Simplemente no son días para la lógica. No entiendes el mundo, y sin embargo cuando la mente se nubla es cuando todo tiene mayor sentido. Entiendes los fanatismos y las demás barbaridades que se hacen a diario. ¿Pero acaso ellos no se darán cuenta que es un estado transitorio? ¿Porque salir a la calle en un día así? ¿Como no recogerse antes de que puedas hacer algo de lo que te arrepientas? 

Si entiendes que nada dura, ¿como dejar que un estado de obcecación transitorio, pueda influenciar tu vida y la de los que te rodean? Claro que una vez que has hecho algo salvaje en un estado como este, la mejor salida es quedarte en él. Atrapado en tu propia locura, intentado justificar tus actos empañando tu foto con aún más manchas.

Ya respiro. No quiero destruir. Solo encerrarme. Mañana seré otra vez normal.

Bruna...


Soltando el aliento, puse la cruceta sobre su pecho, y busque el gatillo. Estaba frío.

Vi como oteaba el horizonte, ajeno a mi presencia. Era bonito. Elegante. Mientras lo observaba por la mira me preguntaba a mi mismo a que estaba esperando. Nada bueno podía salir de esa pausa. Sabía lo que tenía que hacer, pero me resistía. Algo me decía que aquello era actuar por actuar por actuar. Hacer lo que estaba estipulado. No había ninguna razón para quitarle la vida a aquel pobre bicho. Vacilé  y el pareció percatarse. Clavo su vista en mi, y cualquier duda que todavía pudiese albergar, se disipó. Levanté el rifle, y lo deje correr. 

Se notaba el miedo en él. Los perros sonaban de fondo. Antes de que desapareciera tras el cerro, se paró y me miro de nuevo. Parecía no entender la situación. El porqué de mi piedad. Vi el tiro antes de que su eco resonase en todo el valle. Lo descerrajo. El humo aún salía del rifle del tirador del puesto de al lado. Suspiré y el frío de la mañana condenso mi resquemor. Puse el seguro y me senté.

En el camino de vuelta a la casa, pasé por lo que quedaba de él. Hacía menos de una hora corría libre ante mis ojos, pero nada quedaba de esa fluidez.  Su cuerpo estaba rígido como una piedra.  Su mirada elegante estaba partida en dos, como consecuencia de la salida de la bala. Apenas se podía reconocer un cráneo en aquel amasijo de carne y huesos. Los sesos en el suelo y el cuerpo retorcido, víctima de la brutalidad del impacto. Todo para la elegancia.

Me parece enfermiza la rapidez con la que la vida se va. Como se esfuma dejando atrás todo cuanto se ha palpado y sentido. Como diría Manrique, tan callando. En una hora su cuerpo era la máxima expresión de la muerte. No había calor. El rigor morti unido al frió invernal, le habían dejado completamente tieso.

En los ojos salpicados de sangre de aquel zorro intenté imaginar como serían los míos una hora después de que la muerte me llevara a mi también. Como mi cuerpo no sería mas que una residuo inútil.

Mis pensamientos  saltaron de la caza a las guerras. ¿Como sería estar rodeado de cuerpos duros como piedras? Piedras que habrías conocido en vida. No, no logré asimilarlo. Y mi subconsciente me trajo a mi memoria lo más parecido que había vivido a eso.

Cinco años atrás un yo más joven observaba el cadáver de un perro. Era una labrador chocolate, o lo había sido en otro tiempo. Lo que de ella quedaba era un guiño de la perra que un día había sido.Su piel se había vuelto dura, y sus articulaciones rígidas  Su lengua fuera. Su tripa hinchada. Recuerdo que aquella postura, que tan natural me parecía siempre que dormíahabía perdido todo rastro de normalidad muerta.  Recuerdo lo que sentí mientras la enterraba.

El suelo estaba duro. Cada palada era una lágrima, y con cada palada moría un poco. Me sobrecogió la ira, la rabia, la impotencia, y todos los sentimientos que por allí pasaban. Tuve que parar. Tire la pala lejos y me recosté sobre un árbol y lloré en silencio por sus recuerdos.

La verdad es que aquella maldita perra tenía una vida llena de historias. Había pasado por todos los momentos importantes de mi vida, y de algunos incluso había formado parte. Era una perra extraña.

Recuperada la compostura, busque la pala y volví al agujero. Después de más de media hora de cavar, consideré que ya era suficientemente hondo. Me acerqué a ella, y al cogerla de las patas para levantarla, pensé que la podría hacer daño y solté de inmediato. Al segundo me sentí estúpido. Me enfadé conmigo mismo y con ella. De poco importaba ya su artritis. Le pedí que me gruñiera. Que se quejara. Que me pusiera esos hocicos tan feos que ponía cuando la regañaba. Cuando me quise dar cuenta la estaba pegando.

Recuerdo con horror aquello. La impotencia me turbaba  y cada vez la golpeaba más y más fuerte. Esperaba una queja, un gruñido, un movimiento, una reacción de cualquier tipo, pero no había respuesta. No había nada. Solo muerte por su parte y un sin fin de sentimientos por la mía. Había cariño y resquemor. Pena y remordimientos.

De todas las cosas que no me gustan en este mundo es la fragilidad de la vida. El rigor de la muerte. La intrascendencia de todo cuanto nos rodea. No quiero vivir en un mundo así, pero no conozco otro. Si tengo que vivir en este mundo inhóspito, mejor vivir donde haya cariño.