jueves, 10 de octubre de 2013

Violines...

 Que suenen,
que suenen por todo lo alto.
Que sus llantos rasguen el cielo
hasta que caiga en tromba el misticismo.

Que ellas sigan tocando,
con su pelo empapando la cara.
La lluvia sobre sus blusas
y los ojos cerrados.

Que toquen,
que toquen sin tregua,
hasta que las calles se inunden bajo la armonía de sus lamentos,
y el agua purifique la rutina,
y la soledad se tiña de azul
y los corazones secos, se despierten,
solo a tiempo de ver, como les llega la muerte.

Pero nada importa, pues aún ahogados,
ellas seguirán tocando,
como si de sirenas se tratasen,
midiendo sus movimientos con donaire,
desplazando el agua al compás de su música lúgubre,
esparciendo su aroma por unas nuevas profundidades,
bañadas de una luz antigua
que ilumina sus rostros blancos
y su pelo negro, que ya no está en la cara,
sino suspendido,
bajo un crepúsculo turquesa.

Cambiará el medio,
las vibraciones.
Susurros.
Cambiarán los tiempos y hasta el ritmo,
pero la música seguirá sonando
aún
cuando todos estén dormidos.

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