Mientras corrijo suavemente el rumbo, admiro el paisaje. Es agradable. Unas pocas nubes blancas se estampan en el azul intenso de la mañana. Reconozco la sierra de Madrid. La autopista está desierta. Es mía para bien, pero no parece importarme. Con los brazos muy estirados agarro el volante, y reclino la cabeza hacia atrás. El viento sigue amenizando el paseo, con un silbido que me reconforta. Estoy en armonía con cuanto me rodea. La carretera serpentea con unas tenues curvas, y con un suave vaivén mezo el coche por ellas. Huele a brisa y velocidad. Ya no hay contoneo. Solo viento contra mi cara y nubes sobre el cielo. Son realmente hermosas.
El tiempo pasa. No se si segundos o horas. Me desplazo por una recta infinita, en subida. El coche apenas se resiente. El también parece estar disfrutando. Solos, por el carril central, abarcamos todo cuanto es nuestro. Al fondo nos espera una ligera curva. Es a derechas, todavía en subida. Se antoja bonita, pero por alguna razón decido no tomarla. Prefiero seguir recto, sin cambiar la dirección. Entro en la curva y según avanza, yo me salgo. Poco a poco. Primero el carril izquierdo, y luego el arcén. Las bandas sonoras intentan avisarme de que aún hay marcha atrás, pero no lo hay. Estoy concienciado.
El choque contra el quitamiedos parte el eje delantero, doblando la rueda hacia dentro y dejando el coche ingobernable. Tampoco me importa. Solo parezco entender la gravedad del asunto,cuando tras pasar por encima del quitamiedos, el coche se precipita por la cuneta dando vueltas de campana. Con la primera vuelta la ventanilla se parte, y mi cara entra en contacto con el cristal y la hierba. Dejo de ver, y aún, sin sentir dolor, percibo como mi cuerpo va ganando inercia con cada giro. No distingo el arriba del abajo. Pero si que noto que a cada vuelta, estoy más en contacto con el suelo. Noto como se me parte el hombro izquierdo, seguido de costillas, brazo derecho y piernas. Casi todo, producto del golpe contra el suelo, y el peso del coche. No sé en que vuelta, lo que queda de mi cuerpo termina por salir, escupido hacia arriba, mientras el amasijo de hierros que antes era mi coche, continua rodando ladera abajo. Noto el sonido de mis huesos rotos contra la hierba, fresca y suave al caer. La boca me sabe a sangre y a tierra, y mis ojos no alcanzan a ver nada entre tanto corte. Ni siquiera hay dolor. Solo esa sensación de saber, que nada está en su sitio. Una mezcla de abrasión, y de sangre corriendo. Apenas consigo respirar, pero eso no es lo que me preocupa.
¿Porqué no despierto?
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