lunes, 28 de septiembre de 2009

Good old Sunday mornings

El amanecer trae los primeros signos de calor, que la noche ha borrado. El viento entra a hurtadillas por la puerta entreabierta de la terraza, creando un suave aleteo en las cortinas, que permite al sol ver mi cara. Pero no. No estoy para nadie. Refunfuño y me giro, dándole la espalda al único saludo del día que probablemente reciba. De fondo, oigo el chocar de las olas contra el embarcadero, y los pasos de los primeros intrépidos que salen a correr, desafiando al frío mañanero. Parece que estuvieran a kilómetros de distancia. Hundo la cara en la almohada, y me esfuerzo por respirar, mientras estiro cada músculo de mi cuerpo. Con los ojos todavía cerrados, me incorporo, y descuelgo un pie de la cama. El suelo está frío. Mientras cierro la puerta de la terraza, maldigo el escaso metro que la separa de mi cama. Me desplomo de nuevo sobre el edredón, y me acurruco cual gato, disfrutando de uno de los mejores momentos de día. La mañana es mía.

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