Los días me sobrevienen.
Floto en ginebra.
Los ojos se nublan y las ilusiones se ciegan.
Sumido en una rutina de perdición,
me encuentro cada mañana
más perdido que la noche anterior.
Con la lengua pegada al paladar
y los ojos inyectados en sangre,
soy un despojo, bajo el abanico
del sol de julio.
Obligación y desenfreno se suceden.
Un pulso, entre la necesidad de ser
y la obligación de vivir.
lunes, 26 de julio de 2010
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