El sol pica en mi cara, y yo me escondo tras unos parpados blancos. Casi vírgenes.
Clint lo entendía bien. Una cerveza en una mano. Tu perra dormida a una distancia prudencial de la otra. Podrías hacerle un arrumaco, pero arruinaras su sueño. Y el momento. Hay veces que una distancia medida puede ser más intensa que la más pura de las caricias. Y mientras pienso en todo esto, el sol sigue entrando a raudales por el porche.
Desde el salón, llegan las rimas del gilipollas de Sabina, que sacan una faceta desconocida de mi. Y todo bañado por un sinsentido precioso.
El peso de la vida se siente adecuado. Justo y necesario. Es algo extraño. Es un estado de aceptación y parsimonia. Tu perra lo sabe. Y tú, a veces, también. Ella abre un ojo y te llena de sabiduría. No puede hablar. Ni falta que hace, porque esa mirada vaga y tullida solo quiere decir una cosa: "Esto es así". Y podrás vivir aceptándolo, o morir negándolo, pero lo cierto es que importa bien poco. Esto es así.
Y asi es. Vuelves a mirar de lleno al sol, como si la resaca no fuera contigo, y entiendes que hay futuros a los que tendrás que hacer frente. Momentos buenos y momentos malos. Y bebes otro trago. Y la cerveza cae espesa por tu garganta. y lo asumes. y aprietas los puños preparándote, para un momento que no esta cerca. Porque este momento, es lo más parecido que conoces a la gloria. Con tu perra a un lado y una cerveza al otro.
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