jueves, 28 de noviembre de 2013

Marcado...

Un escalofrío, gasolina y cerillas.
Ganas de incendiarme las entrañas.
Prenderme por dentro.
Arder por fuera.

En los días buenos todo sale,
manchando todo a su paso.
Todo babas.
Todo entrañas.
Todo.
Esparcido por el papel,
por aquí y por allá.
Obscenidades y más obscenidades.
Desparramo y hiero.
Corto y sangro.

En los días malos, la angustia me traga.
Tripas fuera, palabras dentro.
Un embudo en la garganta
por donde caen todos las palabras no dichas.
Todas al fondo.
Todas, a las mismas entrañas que ayer las escupían.

El cuerpo se sacude con espasmos.
Es veneno eso que tengo en mis adentros.
Necesito escupirlo
pero no quiere salir.
Está llenando el vacío que dejo el miedo.

Si, el miedo.
El miedo abuso de mi.
Me venia a ver cada noche, y se colaba en mi cama.
Yo trataba de luchar, pero era inútil.
Me tapaba la boca,
me oprimía el pecho,
y me lamía la nuca.
Amordazado de impotencia,
mi cara se tensaba y las piernas se dormían.
Empezaban las tiritonas.
Yo rezaba mis plegarias,
pero de mis labios solo salía vaho y frío.
Silencios ahogados.

Nadie más lo veía.
Estaba solo ante él.
Solo con él.
Aún cuando alguien velaba a mi lado,
el velaba también.
Esperaba paciente, para que nadie le viera a través de mis ojos
y poder hacerme suyo después.

No dejo morados ni cicatrices.
Nada que se pudiera ver a primera vista.
Solo ahora, tras muchos años,
se ven las marcas de un niño que recorría la milla verde cada noche.

Seria ingenuo decir que gané al miedo.
El miedo me ganó a mi.
No encontré remedio contra él.
Al menos, no otro que aguantar las palizas
de un subconsciente que ya estaba poseído.
Pagué con creces el precio de acostumbrarme.
Se llevo la inocencia y dejó al monstruo.
Ese insensible que mira sin mirar,
y que nunca está del todo solo.

Con el tiempo,
aprendes a querer a la bestia que eres.
O si no es a querer, al menos a aceptarla.
A veces es hasta bonito...

He aprendido a amar los atardeceres.
Al fin y al cabo,
ya no tengo nada que temer.
El miedo se lo llevo todo.

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