Nos movemos por el mundo, en ranuras angostas, preocupados por las pequeñas cosas que vemos y oímos, angustiados sobre nuestros prejuicios, pasando por los placeres de la vida, sin siquiera darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo. Ni por un momento saboreamos el dulce vino de la vida. Estamos atrapados, como si yaciésemos en el fondo de una mazmorra, atados con cadenas.
Yang Chu
martes, 2 de septiembre de 2008
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