Entran en nuestra vida, y la revolucionan. Son capaces de hacernos perder el juicio, el orgullo y la visión. Nos obsesionamos con lo que creemos que está fuera de nuestro alcance, y cuando lo conseguimos, nos damos cuenta de que durante el propio proceso obsesivo, hemos desvirtuado la realidad, moldeándola a nuestro antojo. Es tanto lo que nos hemos imaginado, que la realidad, rara vez esta a la altura. Te das cuenta de todo lo que tenías antes, y todo lo que no supiste apreciar por estar pintando el mundo a tu gusto. La alegría, deja paso rápidamente a un vació que te sobrecoge. ¿Y ahora que?
Pues nada. Te quedas con cara de tonto, sin entender muy bien que es lo que falla. Buscando el momento en el que perdiste la perspectiva de lo que era real, y lo que tu querrías que fuera. Te acuerdas de la escena final de “El graduado” y de como un final bonito puede ser a la vez tan amargo. Tan duro. Tan irreal. Pero lo realidad supera muchas veces la ficción, especialmente cuando te obsesionas. No es tan complicado vernos en las carnes de Gene Wilder en “La mujer de rojo”, o Dudley Moore en “10, la mujer perfecta”. Las obsesiones siempre acaban en insatisfacción, pero...
¿Acaso no es bonito perder la cabeza de vez en cuando?
sábado, 6 de junio de 2009
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