lunes, 12 de septiembre de 2016

Faros...

Mariposas de invierno, y elegancia matutina.
Un frío insuficiente, y una luz clamorosa.
Aleteos de algo que se muere.
Agonía blanca.
Muy blanca.

Porcelana.
Todo se seca y se muere.

El ímpetu es de los primeros en caer.
Le siguen los racionales
mientras los inconsecuentes gozan
hasta el final.

Un mundo perfecto,
en su justa medida.
A su manera.
Hay ateos que rezan por la lluvia
y sabios que no quieren aprender.

Sería precioso si hubiese nieve,
pero no la hay.
Tendré que conformarme con este final.

Una nueva esclavitud...

No hay sitio en ella. No hay sitio sin ella. Es despótica. Margina y machaca a todos los que no la comparten. Como un estigma imborrable, te desprecian si no haces gala de ella.

La felicidad somete y tortura a las que no viven en ella. Como una religión única, no tiene principio ni final. Solo existe ella, y los que viven en su delirio.

La altura de las hojas...

Hace siglos, alguien se levantó de su duro lecho, y le pareció bonito la caída de las hojas. Lentamente, se fue perdiendo el instinto de supervivencia y el sentido de lo útil. Apareció la sensibilidad y con ella el arte.

Así se asentaron las bases de la vida ilustrada, llegando a extremos tan absurdos como los que vivimos algunos, donde todo es sensibilidad.

Las hojas siguen cayendo,
enfatizando el paso del tiempo.
El amor y el olvido.
La fugacidad de lo bueno.
La ambigüedad de lo malo.
La fragilidad de la vida.
La intrascendencia de la muerte.
La nostalgia del otoño...

Desenfreno o el secreto de la eternidad...

Quitar las palabras.

Dejar paso a los sentimientos.
Que entren todos.
En tromba.
Como un remolino que te alza a las alturas de lo eterno.
Allí arriba, donde el sol ilumina los rostros
de las mentes nobles que dieron nombre a la vida.
Donde se escribieron las bandas sonoras
del amor y el llanto.

Dejar que los sentimientos os hagan suyos. Dejaros llevar. Convertiros en un títere de la fugacidad y el declive. Porque habrá un declive. Habrá un declive y habrá un final, pero ¿a quien le importa el más allá?

Tu cuerpo perecerá y se consumirá para dar vida a nuevos sueños. Pero tu alma...

Tu alma desenfrenada e inquieta, perdurará siempre en la cresta de la ola.


Patologías...

Y me cae mal quien diga que es feliz. Y me duelen sus mamarrachadas. Y creo que el mundo es un lugar peor gracias a ellos. Y es que, el que toma todo por bueno no sabe lo que es bueno, de la misma forma que al que le gusta todo, no tiene gusto.

Hoy es un día gris. Tan gris que el cielo no se atreve a soltar dos gotas. Nada. Son esos días que te imaginas que hacía en las grandes guerras, cuando el mundo era frío y despiadado. Casi tan despiadado como ahora. Antes, por muy terrible que fuera el mundo, estaba la virtud del no saber. Hoy vivimos con el beneficio del horror. Hoy lo sabemos todo. Incluso las cosas que no queremos. Todo está ahí, entrándonos por los ojos y mancillando cualquier inocencia que pudiésemos tener. Nos ponen en la insoportable tesitura de volvernos insensibles o vivir con el testimonio de la atrocidad. La Atrocidad en mayúsculas.

Día tras día, el mundo se vuelve un poco más loco. No tanto por que se hagan mayores barbaridades, sino porque nos acostumbramos a vivir con ellas. A crecer con ellas. Día tras día el mundo se va un poco más a la mierda, y día tras día, la gente está un poco más feliz, ensalzando los valores de series de quinceañeros, al más puro estilo de los noventa.

Para que luego digan que no somos producto de nuestra infancia. Esta es la mía, y fruto de ella somos una generación de sentimientos compartidos. Compartidos, si, pero solo los buenos. Una filosofía sencilla, que viene a decir algo así como que ser infeliz es demasiado sencillo, y que hay que quedarse solo con lo positivo. Que eso es lo complicado.

Desechan la realidad que no les gusta, como un sentimiento de infelicidad fácil. Muy fácil. Como si ser gilipollas no lo fuera. Como si la única manera de aceptar las cosas malas fuera negándolas. Como si los que aprendiésemos a vivir aceptándolas estuviésemos locos, o fuésemos masocas. No. Ese no es el pensar de esta generación. Aquí estamos para regalarnos los oídos y comernos todos las pollas.

Oír solo lo que te gusta es vivir en la mentira. Eligen no saber. Y cuando algo por fin les toca esa doble moral, entonces intentan contar al mundo esa gran injusticia que le ocurrió al amigo de su prima del pueblo. Y para que se oiga mejor el testimonio de esa gran injusticia, apagan el telediario, donde los muertos se cuentan a miles. Pero no es doble moral, es que simplemente no se puede hablar con tanto ruido. Y eso es lo que ocurre. Que al final todo es ruido. Ruido y egoísmo.

Pero cuidado. No lo digas muy alto, por que eso está mal visto, y no queremos nada que no sea positivo, alegre y social. Sígueme en instagram, y te enseñare esa cara de mentira, para que puedas presumir de los amigos que no tienes.