Y me cae mal quien diga que es feliz. Y me duelen sus mamarrachadas. Y creo que el mundo es un lugar peor gracias a ellos. Y es que, el que toma todo por bueno no sabe lo que es bueno, de la misma forma que al que le gusta todo, no tiene gusto.
Hoy es un día gris. Tan gris que el cielo no se atreve a soltar dos gotas. Nada. Son esos días que te imaginas que hacía en las grandes guerras, cuando el mundo era frío y despiadado. Casi tan despiadado como ahora. Antes, por muy terrible que fuera el mundo, estaba la virtud del no saber. Hoy vivimos con el beneficio del horror. Hoy lo sabemos todo. Incluso las cosas que no queremos. Todo está ahí, entrándonos por los ojos y mancillando cualquier inocencia que pudiésemos tener. Nos ponen en la insoportable tesitura de volvernos insensibles o vivir con el testimonio de la atrocidad. La Atrocidad en mayúsculas.
Día tras día, el mundo se vuelve un poco más loco. No tanto por que se hagan mayores barbaridades, sino porque nos acostumbramos a vivir con ellas. A crecer con ellas. Día tras día el mundo se va un poco más a la mierda, y día tras día, la gente está un poco más feliz, ensalzando los valores de series de quinceañeros, al más puro estilo de los noventa.
Para que luego digan que no somos producto de nuestra infancia. Esta es la mía, y fruto de ella somos una generación de sentimientos compartidos. Compartidos, si, pero solo los buenos. Una filosofía sencilla, que viene a decir algo así como que ser infeliz es demasiado sencillo, y que hay que quedarse solo con lo positivo. Que eso es lo complicado.
Desechan la realidad que no les gusta, como un sentimiento de infelicidad fácil. Muy fácil. Como si ser gilipollas no lo fuera. Como si la única manera de aceptar las cosas malas fuera negándolas. Como si los que aprendiésemos a vivir aceptándolas estuviésemos locos, o fuésemos masocas. No. Ese no es el pensar de esta generación. Aquí estamos para regalarnos los oídos y comernos todos las pollas.
Oír solo lo que te gusta es vivir en la mentira. Eligen no saber. Y cuando algo por fin les toca esa doble moral, entonces intentan contar al mundo esa gran injusticia que le ocurrió al amigo de su prima del pueblo. Y para que se oiga mejor el testimonio de esa gran injusticia, apagan el telediario, donde los muertos se cuentan a miles. Pero no es doble moral, es que simplemente no se puede hablar con tanto ruido. Y eso es lo que ocurre. Que al final todo es ruido. Ruido y egoísmo.
Pero cuidado. No lo digas muy alto, por que eso está mal visto, y no queremos nada que no sea positivo, alegre y social. Sígueme en instagram, y te enseñare esa cara de mentira, para que puedas presumir de los amigos que no tienes.
lunes, 12 de septiembre de 2016
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