Me pasa con la fruta, y con la pasta de dientes. Un sentimiento de misericordia e impotencia.
-Todo se muere -dijo ella, mientras su pelo azotaba al viento. ¿O lo dijo él? Que más da.
Nada dura, y eso me mata, más rápido si cabe. Todo es finito. La carne, los sentimientos. Los recuerdos y las flores. Nada dura y las calles están llenas de matices que no paran de recordármelo. En la propia soledad de casa lo veo. Miro mi piel y la veo luchando frente al desgaste del día a día. Abro la nevera y veo las manzanas y la lechuga en estado menguante. Se me quita el hambre. Pero luego pienso que es su función. Ser alimento antes de que se pudran. Mientras lo pienso las miro y siento envidia. Yo no se cual es mi función y ya me estoy pudriendo. Me pudro por dentro, mientras la puerta de la nevera sigue abierta, y mi piel sigue luchando por fuera, contra el frío y mi torpor.
Cierro la puerta de la nevera, y me refugio en el sofá. También él acabará en algún vertedero, lleno de gatos. Un escalofrío me recorre, y luego muere, como no podía ser de otra forma. Pero donde algo muere algo nace, y del escalofrío surge la desidia y el abatimiento.
Pienso en mis relaciones. Y por un momento parece ser lo único que tiene sentido en este mundo. Todas acaban y sin embargo su recuerdo es bueno. Todas distantes pero cercanas. Una parte de mi en todas ellas. Una parte de mi en todo el mundo que me ha conocido. Pero incluso eso morirá.
Abrumado por esa ola de futilidad decido retirarme a la cama. Arrastro mis pasos pensando si se puede notar el deterioro en la cadencia de su sonido. Probablemente no. Me esfuerzo por oír si es la muerte prematura lo que esconde el eco. No se oye un alma. Me tranquilizo a la vez que me doy cuenta de mi estado de demencia. Entre gestos de negación me dispongo a lavarme los dientes, solo para encontrarme el puto tubo de pasta de dientes espachurrado y seco
- Hoy te ha tocado a ti, colega...
miércoles, 8 de febrero de 2017
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