sábado, 18 de noviembre de 2017

Exorcismos...

Pereza.
Falta de motivación.
Vacío.
Soledad, en una sola palabra.
Soledad y pena. Vaya, eso son dos. Que más da. Nunca me gustaron los matemáticas demasiado.

No tiene ningún sentido darse pena cuando eres tu mismo el que te has llevado a esa situación. ¿Pero que tiene sentido hoy en día? Desde luego yo no. Supongo que hay una parte de masoquismo oculta dentro de mi. Hay quienes se autolesionan. Se cortan con cuchillas y ven como la sangre brota. Yo simplemente dinamito mi felicidad. Hablando de personas tóxicas, aquí estoy yo. Encantado de haberme conocido. Ni siquiera. Porque me odio un poco. Odio hacer sufrir a la gente a la que quiero, porque aunque muchos no se lo crean, si soy capaz de querer. Y mucho. Pero mi forma de querer no parece ajustarse a lo que los demás esperan de mi. Y es que odio que la gente espere algo de mi. Odio generar expectativas. Todo lo malo empieza cuando se espera algo de alguien, empezando por ti mismo. Lo que me lleva a lo siguiente: ¿Y que leches espero yo de mi? ¿Grandeza? Nah, implica un esfuerzo demasiado grande y como he empezado escribiendo, la pereza ocupa el ochenta por ciento de mi tiempo. Otro treinta por ciento Mediterraneo y el diez que me sobra, a mis nostalgias., porque las nostalgias siempre tiene que echarse de más, nunca de menos.

Es un pequeño gran delirio esto que me obligo a hacer. Escribir sin pararme a pensar. Un exorcismo propio, fácil y sencillo y para toda la familia. Un ordenador y tu mente. Antes era una hoja en blanco. Antes tenia más fuerza, pero la pantalla blanca baña todo con una luz mortecina que el papel no tiene. Tanto para la tecnología y el avance. Avance. Que palabra tan grotesca para los que la vemos desde la barrera. La gente avanza, y yo los veo pasar, preguntándome si alguien sabe realmente a donde coño va. Tienen que saberlo. Se les ve tan seguros y decididos... Pero algo me dice que es todo apariencia. Pretenden saber de que cojones va todo. Y creo que es eso justo lo que me alta a mi. Convicción. Convencerme de que hay algo por lo que luchar. Algo que merece la pena. Apostar y ir sin miedo. Sin mirar atrás. Convencido y sereno que me dirijo a donde debo. Certeza y seguridad. Si. En estos últimos dos años, he aprendido mucho de lo que hay que hacer para ser una buena persona. Lo malo es que sigo siendo ese niño que todo se pregunta. El del moco colgando. Y no pudo dejar de pensar que esa certeza es una gran mentira. Y no digo que no sea una buena mentira. Sin dudas hay mentiras por las que vale la pena luchar. Solo digo que yo no me la creo. No es mi mentira. Y cuesta pelear por una mentira en la que no crees. Si pudiese la haría mía, y viviría como ellos. Capaces y seguros, sin estar asustados de todo lo que les rodea. Con la incertidumbre del mañana y la soledad acuciante. Con el agobio de estar en el centro de un remolino. Todos se mueven a tu alrededor y tu no puedes más que mirar lo satisfechos que parecen. Como la vieja que se esconde detrás de las cortinas mientras espía a los viandantes, yo les miro y les estudio fascinado. Y cuando me toca a mi andar y ser mínimamente feliz, me pongo la zancadilla. Y es que ¿Quien quiere ser feliz pudiendo ser miserable? Parece casi de mal gusto, ¿verdad?

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