jueves, 28 de diciembre de 2017

Un hombre con una mancha...

Todo parece que vuelve a su sitio.
Ese, que tanto miedo te da.

No sabes exactamente que es,
ni donde está,
pero sabes llegar.
Nunca aposta.
Siempre consciente.

No podrías dar direcciones a nadie de como ir,
ni acercarte a pasar la tarde,
pero tus pasos siempre acaban ahí.

No te hace bien.
Como cualquier otro estigma,
es algo que te marca y te identifica.
Algo que te acompaña.
Una mancha.
Una querencia pegajosa
de la que no puedes huir.

Es la casa a la que vuelves cuando estás perdido. Un lugar desolado, pero familiar. Supongo que el tiempo ha hecho que te acostumbres. Si. Costumbre. Costumbre y cadencia. Una espiral en la que te ahogas para volver respirar.

Cuando estás dentro, la ansiedad se reduce
pero la tristeza aumenta.
Se respira algo parecido al aire,
pero que lejos de llenarte
te consume.
Te va asfixiando hasta que acaba contigo.
Es un sitio donde ir a morir
para renacer.
Un rincón donde abandonar lo que has sido.
Un cementerio.
Un puto cementerio de elefantes,
al que vuelves
una y otra vez.

"Carcass" o el arte del vaciado...

Frío. Otra vez el puto frío. No hay quien lo aguante. Da igual lo que haga para luchar contra él. Mi casa parece un horno de fundición, pero nada parece alejar esa sensación de abandono.

Solía disfrutar de estas tardes de frío, acurrucado en el calor de un abrazo. Y sin embargo, a esto hemos llegado. La calefacción a toda pastilla. Iberdrola encantada. Yo pocho.

Sigo pocho. Pocho por dentro. Delgado por fuera. Más intoxicado. Más tocado. Cucú.... ¿Alguien vuela por ahí arriba? No creo. Ni siquiera los grajos vuelan con este frío. Ni alto ni bajo. Tan solo un par de buitres saltan de carcasa en carcasa. Pero están todas huecas ya. Nada que rebañar. Solo pellejo. Ya me encargué de dejarlas bien secas. Ni un poquito para la ilusión.

¿Cucú? Como una chota...

-Buscar. Buscar  mejor que algo quedará. Sino quedase nada,. ¿Qué hago todavía respirando? Y es que, si no hubiese un mínimo de ilusión. ¿Qué me frena a saltar por el hueco de la escalera?

-Quizás que solo sea un primero, y ya estoy suficientemente tullido.

Más allá de seguir autolesionándome, no conseguiría nada. No estaría más lejos de esta silla. De esta vida. De esta mierda que tanto me ofusco en plantar a mi alrededor. Allá por donde paso... Siembro oleadas de soledad y desasosiego. Un germen. Un asco...

jueves, 21 de diciembre de 2017

El desorden...

-¡Pero sube a casa! Hazte un filete en la plancha y cenas algo, ¡que no puede ser!- Grito la señora pese a estar a escasos metros de su hija.
-¿Y tu donde vas?- Preguntó la hija arrugando el ceño mientras encogía los hombros.
-¿Yo? A clase de zumba... - Contestó la madre con todo el desparpajo y la naturalidad. Como si sus sesenta y muchos años, tuviesen que ser reafirmados por actividades con nombres exóticos. Como si su nueva forma de vida fuera algo que necesitaba ser contrastado con la falta de rigor de los hábitos alimenticios de su hija. A buen paso me aleje de la escena, mientras la hija volvía la carga con algo que no pude/quise escuchar.

Un poco más adelante, en la carnicería de barrio de la esquina, una mujer rolliza troceaba un cabrito sobre su tajo. Golpes diestros que hacían saltar huesos. Delante de mi, y en la misma dirección vagaban un par de individuos encorvados. Unos de ellos, no podía ocultar su voz de yonqui, al comentarle al otro como le habían echado a patadas de su último trabajo. El otro, callado y sin prestar demasiada atención a lo que le contaban, observaba la calle oscura que se abría ante él. Su compañero escupió, a la vez que la carnicera clavaba su cuchillo en el tajo y un coche pitaba a otro por no acertar a arrancar. No duró más que un segundo, pero todo se sincronizo con una extraña armonía.

-El desorden... - Susurró el encapuchado para sus adentros, con una voz atemporal. Un suspiro tan discreto, que no cortó el trance lastimero en el que se encontraba su compañero, que continuó farfullando, ajeno a la escena. Ajeno a la sutileza y la perspicacia de su amigo. Ajeno al desorden del cual era parte ...


martes, 19 de diciembre de 2017

Placeres lentos...

Una cruzada contra la perseverancia.
Los placeres lentos maridan con la parsimonia,
con la dejadez y la observación.
Un arte ligado
a la capacidad de aceptar.
De estar sin estar.

¿Budismo?
Para el que quiera.
Hay religiones para todos los gustos.
O mejor dicho,
para todas las necesidades.

La mía es la de sacar la cabeza del tiesto de vez en cuando y disfrutar de momentos furtivos. Sin que nadie se dé cuenta, me dejo caer, por un pequeño bulevar que solo yo sé donde está. Mi cerebro se reclina y se apoya en el bulbo raquídeo, dejando hueco en la corteza frontal para que pueda entrar cualquier cosa que flote alrededor.

Ian se va.
Ian se fue.
Ian ya no está...

Macallan...

Teclas teclas teclas.
Una vida brillante.
Un psicólogo en la puerta.

Teclas teclas teclas.
La botella en la nevera
¿Quién me pulsa las teclas?

Una vida perfecta...
Loqueros y recetas.
Notas en libros
y la pena eterna.

Yo no me perdono.
Ella se lamenta...

La gente envidia lo que la gente no entiende. Algo así como el temor. Como la esperanza. Todo una mentira. Necesitamos algo que se nos escapa. El morbo de la algarabía y el caos. Lo dice un obseso del control. Un maníaco. Todo estudiado y medido, hasta el punto en el que algo tiene que estallar. Una tecla, y luego otra. Doña tecla y Bienvenido. Todos contentos. Todos felices. Historias que la gente no conoce ni vincula. Me hacen sonar medio loco. Aunque quizás no tanto como para los que entiendan las bases, y vinculen los saltos.

Calaveras se ríen de mi. Es un pijama. Sin rayas. Solo algo más en la larga lista de cosas que me recuerdan a ella. Y esta no debería. Quizás las otras tampoco.

Una botella cerrada. No tiene nombre. Pero sabes para que está ahí. Lo imaginaste desde el día en que te la dieron. Tu cabeza loca no pudo dejar de pensar en eso. Quizás por cosas como estas, ella se volvió loca. Quizás por cosas así tu siempre lo has estado. Quizás por eso no la etiquetaste. O quizás por que sería muy largo. "Botella para el día que asumas que vuelves a estar soltero, y te quieras dar pena". Más aún si cabe. Si, teniendo en cuenta que es una botella de muestra, dudo que cupiese toda esa parrafada. Dudo que ella aprobase tenerla en la nevera si supiese el sentido. Dudo muchas cosas, y ninguna me hace más sabio. Solo más pesado. Como la viuda plañidera que todo lo relaciona con la perdida de su querido Edward, que en paz descanse. Soy una vieja plañidera, pero sin Edward. Hasta visto de negro. Lo único es que no se ha muerto nadie. Bueno si, pero no mi marido. Y al subnormal que se murió no le quiero llorar más.

Lo que recelo no es lo que escribo, y lo que no escribo parece que no queda. Se perdió. Se murió, aunque no de una forma literal. Se fue por el retrete, en una espiral perfecta, en sentido horario. Como solo los baños del norte hacen. Mentira.

Me calmo y dejo la botella sin abrir en la nevera. No estoy preparado para ella. En su lugar cojo una botella de agua y bebo con rabia mientras miro el móvil. Rabia porque lo quemaría. Porque el móvil conecta a las personas, y tú no quieres conectar con nadie. Pero lo miras porque has aprendido a esperar cosas de la otra persona. Ella te enseño a esperar cosas. Y lo miras y no hay nada. Esperas una llamada que no llegará, por que los dos sabéis lo que significa. Vergüenza y debilidad para ella. Debilidad y remordimiento para ti. Y así te pasas el día. Sin dar un paso. Ni para alante ni para atrás. Entre el remordimiento y la inapetencia. Entre el anonimato y el voyeur. Y sigues ahí. Al lado del teléfono. Como si todavía tuviesen cable. Uno que te une a él. Y es que, si por algún casual te llamase y tu no lo cogieses, ella se pensaría que tú ya has pasado de pagina alegremente. Que estás con otra. Y nadie parece enterarse que tu no quieres otra. Al menos no en ese sentido. Al menos no ahora. Al menos, al menos, al menos...

Quieres algo que rellene el hueco que ha dejado. El hueco que tanto se esforzó en hacer, y ahora parece imposible de llenar. Tú no quieres a otra. Solo la idea te da pereza. Pero necesitas a alguien que cubra el vacío. Pero eso te da pavor. Porque sabes que nadie será tan suave. Ni su risa tonta te parecerá tan deliciosa. Y por eso y por todo lo demás te pasas las noches pegado al puto teléfono. Odiándolo. Odiándote. Odiándola. Odiándoos ...

martes, 12 de diciembre de 2017

La banda sonora de mi vida...

Existencialismo para alcohólicos. La banda sonora de mi vida. Casi la puedo oír si cierro los ojos. Todos esos grandes temas que van unidos a momentos aún más grandes. Apenas ninguno de ellos es tuyo. Pero todos tienen amaneceres cargados de emociones. Y esas emociones si son tuyas. Como ya lo es la música y todos los sentimientos que la acompañan. La algarabía y el gozo. El miedo y las dudas.

Existencialismo barato y a la vez esplendido del borracho. Todos. Todos tuyos. Todos al otro lado del telón, esperando para marchar en cuanto entornes los ojos...

sábado, 2 de diciembre de 2017

El capitán no abandonó el barco...

"Hay que hacer un esfuerzo por no perder el norte", dijo el capitán asiendo con fuerza el timón mientras el barco se hundía.

Y para eso sirven las desgracias. Para que no nos olvidemos de lo que de verdad importa. Dicen que la muerte se creo para hacer llevadera las miserias de la vida. Y si no lo dicen, deberían. Sin algo superior e infinito no habría consuelo en la rutina. Haríamos mundos imposibles de naderías. Hay cosas que tienen que ser máximos, y de ellos descolgar el resto de nuestra jerarquía de valores.

No tengo ni idea de que leches hablo, ni escribo, ni pienso. Mientras tanto, abajo, en el mundo de los cuerdos, la gente disfruta. Disfruta como yo lo he echo tantas otras veces. La felicidad vista de fuera es algo repugnante. Parece tan fácil... Lo hacen parecer tan fácil... Y el alcohol no ayuda. Pero tampoco lo empeora, así que sigamos. Bottoms up! Allá muevan feroces guerras ciegos reyes por un palmo más de tierra, que aquí estoy yo vomitando grandes palabras con las que llenarme la boca y pensar que sé escribir. Muerte. Inconsistencia. Ansiedad. ¿Lo veis?

El ruido de abajo me irrita. Lo llaman música, pero no lo es. Otra pequeña mentira con la que hemos crecido. Que les den. Me pongo los cascos y dejo que Liszt me atruene con un nocturno. Pero ni por esas. En los silencios minuciosamente medidos de Libestraume S541/R211 oigo a lo lejos el bajo repetitivo y desquiciante del reggaeton y como lo empapa todo con su mundanidad. Y... los odio a todos. A los que mancillaron la etimología del genero Reggae para ahcer una mierda que nada tiene que ver. Los que cantan sin cantar. Los que los veneran. Los que los promocionan y los que no salimos a la calle con pancartas de: "Eso no es música". Mientras pienso en todas estas soplapolleces, no puede evitar darme cuenta de cuan gilipollas soy. Me he acabado convirtiendo en un viejo gruñón y amargado metido en un cuerpo ya ni siquiera joven. Joder. Y para mejorarlo si cabe, cada día un poco más tullido. Tullido de cuerpo. Tullido de espíritu. Más cicatrices. Más dolencias y más flaquezas. Dicen que se aprende. Otra mentira más. Aprenderán ellos. Yo no aprendo una mierda. ¿Que tal eso como valor intrínseco de mi persona? La gente aprende. Yo no. Yo intento probar distintas vidas en una misma, sin llegar a vivir ninguna. Araño la superficie, y cuando veo lo que hay dentro, me asusto y suelto. Cobarde, inconformista y apático. Y para colmo, luego lo paso mal, porque por el camino, me voy creyendo que puedo ser como ellos. Vivir como ellos. Creer como ellos y rendirme como ellos. Y cuando te lo crees por un rato, la bofetada siempre es mayor.

No. La vida sedentaria me da miedo. No va conmigo. Me pega más ser un alma nómada, donde el futuro es esquivo y salvaje. Ser un miserable. Ser ese perro apaleado que nunca supera el miedo de las palizas que sufrió. Quizás esté mezclando metáforas. O quizás simplemente esta sea una mala. La cuestión es que creo que vengo roto de fábrica.

Río abajo...

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que no se que cojones hago con mi vida. Ni la más absoluta idea. Tan solo me quedo callado y me dejo llevar, allá donde me lleven decisiones pasadas. Rìo abajo. Muy abajo.

Barrido por la corriente, uno flota a la deriva. Ni siquiera se que hago en el agua en primer lugar. Lo que si creo saber es que estas preguntas no van a cambiar el hecho de que siga flotando, rio abajo.