Teclas teclas teclas.
Una vida brillante.
Un psicólogo en la puerta.
Teclas teclas teclas.
La botella en la nevera
¿Quién me pulsa las teclas?
Una vida perfecta...
Loqueros y recetas.
Notas en libros
y la pena eterna.
Yo no me perdono.
Ella se lamenta...
La gente envidia lo que la gente no entiende. Algo así como el temor. Como la esperanza. Todo una mentira. Necesitamos algo que se nos escapa. El morbo de la algarabía y el caos. Lo dice un obseso del control. Un maníaco. Todo estudiado y medido, hasta el punto en el que algo tiene que estallar. Una tecla, y luego otra. Doña tecla y Bienvenido. Todos contentos. Todos felices. Historias que la gente no conoce ni vincula. Me hacen sonar medio loco. Aunque quizás no tanto como para los que entiendan las bases, y vinculen los saltos.
Calaveras se ríen de mi. Es un pijama. Sin rayas. Solo algo más en la larga lista de cosas que me recuerdan a ella. Y esta no debería. Quizás las otras tampoco.
Una botella cerrada. No tiene nombre. Pero sabes para que está ahí. Lo imaginaste desde el día en que te la dieron. Tu cabeza loca no pudo dejar de pensar en eso. Quizás por cosas como estas, ella se volvió loca. Quizás por cosas así tu siempre lo has estado. Quizás por eso no la etiquetaste. O quizás por que sería muy largo. "Botella para el día que asumas que vuelves a estar soltero, y te quieras dar pena". Más aún si cabe. Si, teniendo en cuenta que es una botella de muestra, dudo que cupiese toda esa parrafada. Dudo que ella aprobase tenerla en la nevera si supiese el sentido. Dudo muchas cosas, y ninguna me hace más sabio. Solo más pesado. Como la viuda plañidera que todo lo relaciona con la perdida de su querido Edward, que en paz descanse. Soy una vieja plañidera, pero sin Edward. Hasta visto de negro. Lo único es que no se ha muerto nadie. Bueno si, pero no mi marido. Y al subnormal que se murió no le quiero llorar más.
Lo que recelo no es lo que escribo, y lo que no escribo parece que no queda. Se perdió. Se murió, aunque no de una forma literal. Se fue por el retrete, en una espiral perfecta, en sentido horario. Como solo los baños del norte hacen. Mentira.
Me calmo y dejo la botella sin abrir en la nevera. No estoy preparado para ella. En su lugar cojo una botella de agua y bebo con rabia mientras miro el móvil. Rabia porque lo quemaría. Porque el móvil conecta a las personas, y tú no quieres conectar con nadie. Pero lo miras porque has aprendido a esperar cosas de la otra persona. Ella te enseño a esperar cosas. Y lo miras y no hay nada. Esperas una llamada que no llegará, por que los dos sabéis lo que significa. Vergüenza y debilidad para ella. Debilidad y remordimiento para ti. Y así te pasas el día. Sin dar un paso. Ni para alante ni para atrás. Entre el remordimiento y la inapetencia. Entre el anonimato y el voyeur. Y sigues ahí. Al lado del teléfono. Como si todavía tuviesen cable. Uno que te une a él. Y es que, si por algún casual te llamase y tu no lo cogieses, ella se pensaría que tú ya has pasado de pagina alegremente. Que estás con otra. Y nadie parece enterarse que tu no quieres otra. Al menos no en ese sentido. Al menos no ahora. Al menos, al menos, al menos...
Quieres algo que rellene el hueco que ha dejado. El hueco que tanto se esforzó en hacer, y ahora parece imposible de llenar. Tú no quieres a otra. Solo la idea te da pereza. Pero necesitas a alguien que cubra el vacío. Pero eso te da pavor. Porque sabes que nadie será tan suave. Ni su risa tonta te parecerá tan deliciosa. Y por eso y por todo lo demás te pasas las noches pegado al puto teléfono. Odiándolo. Odiándote. Odiándola. Odiándoos ...
martes, 19 de diciembre de 2017
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