sábado, 2 de diciembre de 2017

El capitán no abandonó el barco...

"Hay que hacer un esfuerzo por no perder el norte", dijo el capitán asiendo con fuerza el timón mientras el barco se hundía.

Y para eso sirven las desgracias. Para que no nos olvidemos de lo que de verdad importa. Dicen que la muerte se creo para hacer llevadera las miserias de la vida. Y si no lo dicen, deberían. Sin algo superior e infinito no habría consuelo en la rutina. Haríamos mundos imposibles de naderías. Hay cosas que tienen que ser máximos, y de ellos descolgar el resto de nuestra jerarquía de valores.

No tengo ni idea de que leches hablo, ni escribo, ni pienso. Mientras tanto, abajo, en el mundo de los cuerdos, la gente disfruta. Disfruta como yo lo he echo tantas otras veces. La felicidad vista de fuera es algo repugnante. Parece tan fácil... Lo hacen parecer tan fácil... Y el alcohol no ayuda. Pero tampoco lo empeora, así que sigamos. Bottoms up! Allá muevan feroces guerras ciegos reyes por un palmo más de tierra, que aquí estoy yo vomitando grandes palabras con las que llenarme la boca y pensar que sé escribir. Muerte. Inconsistencia. Ansiedad. ¿Lo veis?

El ruido de abajo me irrita. Lo llaman música, pero no lo es. Otra pequeña mentira con la que hemos crecido. Que les den. Me pongo los cascos y dejo que Liszt me atruene con un nocturno. Pero ni por esas. En los silencios minuciosamente medidos de Libestraume S541/R211 oigo a lo lejos el bajo repetitivo y desquiciante del reggaeton y como lo empapa todo con su mundanidad. Y... los odio a todos. A los que mancillaron la etimología del genero Reggae para ahcer una mierda que nada tiene que ver. Los que cantan sin cantar. Los que los veneran. Los que los promocionan y los que no salimos a la calle con pancartas de: "Eso no es música". Mientras pienso en todas estas soplapolleces, no puede evitar darme cuenta de cuan gilipollas soy. Me he acabado convirtiendo en un viejo gruñón y amargado metido en un cuerpo ya ni siquiera joven. Joder. Y para mejorarlo si cabe, cada día un poco más tullido. Tullido de cuerpo. Tullido de espíritu. Más cicatrices. Más dolencias y más flaquezas. Dicen que se aprende. Otra mentira más. Aprenderán ellos. Yo no aprendo una mierda. ¿Que tal eso como valor intrínseco de mi persona? La gente aprende. Yo no. Yo intento probar distintas vidas en una misma, sin llegar a vivir ninguna. Araño la superficie, y cuando veo lo que hay dentro, me asusto y suelto. Cobarde, inconformista y apático. Y para colmo, luego lo paso mal, porque por el camino, me voy creyendo que puedo ser como ellos. Vivir como ellos. Creer como ellos y rendirme como ellos. Y cuando te lo crees por un rato, la bofetada siempre es mayor.

No. La vida sedentaria me da miedo. No va conmigo. Me pega más ser un alma nómada, donde el futuro es esquivo y salvaje. Ser un miserable. Ser ese perro apaleado que nunca supera el miedo de las palizas que sufrió. Quizás esté mezclando metáforas. O quizás simplemente esta sea una mala. La cuestión es que creo que vengo roto de fábrica.

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