jueves, 21 de diciembre de 2017

El desorden...

-¡Pero sube a casa! Hazte un filete en la plancha y cenas algo, ¡que no puede ser!- Grito la señora pese a estar a escasos metros de su hija.
-¿Y tu donde vas?- Preguntó la hija arrugando el ceño mientras encogía los hombros.
-¿Yo? A clase de zumba... - Contestó la madre con todo el desparpajo y la naturalidad. Como si sus sesenta y muchos años, tuviesen que ser reafirmados por actividades con nombres exóticos. Como si su nueva forma de vida fuera algo que necesitaba ser contrastado con la falta de rigor de los hábitos alimenticios de su hija. A buen paso me aleje de la escena, mientras la hija volvía la carga con algo que no pude/quise escuchar.

Un poco más adelante, en la carnicería de barrio de la esquina, una mujer rolliza troceaba un cabrito sobre su tajo. Golpes diestros que hacían saltar huesos. Delante de mi, y en la misma dirección vagaban un par de individuos encorvados. Unos de ellos, no podía ocultar su voz de yonqui, al comentarle al otro como le habían echado a patadas de su último trabajo. El otro, callado y sin prestar demasiada atención a lo que le contaban, observaba la calle oscura que se abría ante él. Su compañero escupió, a la vez que la carnicera clavaba su cuchillo en el tajo y un coche pitaba a otro por no acertar a arrancar. No duró más que un segundo, pero todo se sincronizo con una extraña armonía.

-El desorden... - Susurró el encapuchado para sus adentros, con una voz atemporal. Un suspiro tan discreto, que no cortó el trance lastimero en el que se encontraba su compañero, que continuó farfullando, ajeno a la escena. Ajeno a la sutileza y la perspicacia de su amigo. Ajeno al desorden del cual era parte ...


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